Entrevista a Rogelio Polesello


''Las ciudades me inspiran, son parte de mi creación''
Publicado en http://www.igooh.com.ar/Nota.aspx?IdNota=9849

Escribe Luis Beldi
Los viajes son parte de la creación de Rogelio Polesello. «Me alimento de todo lo que veo. Me encantan los otoños por el dorado que les da a las ciudades, pero también me conmueve la luz que da la primavera.»No hay viajes pequeños para el creador. Sus obras más caras comenzaron a gestarse en el corto trayecto que recorría con su Peugeot 404 plateado a su taller de San Martín en los 60. Esas obras lo llevaron años más tarde a galerías de Caracas, Washington, París y Amsterdam, entre otras.

El artista se siente a gusto en cualquier lugar de Italia. «Soy hijo de friulanos, por eso estoy en casa cuando visito Milán, Roma, Venecia, La Toscana o Sicilia».«De venecia me gusta todo, pero la prefiero en invierno por la niebla que invade la ciudad que hace más intenso el silencio y sólo deja oír el ruido de los pasos.»«Cuando cruzo a la isla de Murano, visito las fábricas de cristales y recuerdo mi infancia. Yo nací con un pincel en la mano y un prisma que acercaba a mis ojos para ver el alrededor alargado, aplastado, deformado, aumentado, cambiando de colores. Creo que allí empezaron mis viajes, mirando la vida desde esos vidrios que después inspiraron mis esculturas de acrílico.»En Polesello se mezclan el viajero y el artista. El viajero recorre ciudades y el artista navega en el tiempo. «En mi obra convive el pasado con el futuro, todo se enreda en mi creación.»El blanco y negro de algunas pinturas es el pasado y las caprichosas líneas que traza son el futuro. El acrílico de sus esculturas es futuro y los ojos convexos que las forman son aquel pasado de prismas.Esta mezcla de los tiempos apareció en la niñez, cuando creó una historieta donde él era el héroe que enfrentaba a indios mohicanos en una ciudad moderna.Cuando no dibujaba, miraba cómo su madre, Ana María Felicitas Cugnonen, pintaba con acuarelas. Le gustaron las imágenes delicadas que trazaba y lo sedujo el olor de las pinturas, en especial cuando Ana María se aventuraba con los óleos.
LONDRES EN LA INTIMIDAD
Virgilio Polesello, su padre, vino de Pordenoni. «Tal vez porque era constructor mis obras están vinculadas a la arquitectura.» Para fortuna personal tomó sólo esa inclinación de su padre y no les hizo caso a sus consejos. «Te vas a morir de hambre como pintor, estudiá para arquitecto», me decía.Ahora Polesello camina por las ciudades y mira sus edificios. No fue arquitecto, como le aconsejó el padre, pero «me alimento del diseño de casas y edificios porque tienen que ver con mis esculturas y mis pinturas. La arquitectura y el arte se integran en uno solo. Hay que entender los proyectos».«Las ciudades las camino sin rumbo, es como conquistarlas sin conocerlas. Me gusta recorrerlas, perderme, ver su arquitectura, sus formas, los colores que tienen en las distintas estaciones del año. París es un lugar que me invita a hacer todo esto», explica el artista.La segunda vez que fue a París la recuerda de manera especial porque se hospedó en rue Cambon invitado por su amigo, el pianista Bruno Gelber. «Fue uno de los viajes más lindos.»Londres terminó de conquistar a Polesello en la primavera boreal de 2007. «Me alojé en la casa de unos amigos, Marcelo Katz y Cecilia Santamarina. Con ellos descubrí el Soho, aprendí a viajar en ómnibus y vi lo fácil que es manejarse en esta ciudad, cuando entras en su intimidad.»Así llegó al West End donde «me deslumbró el Rivoli, el bar art déco del hotel Ritz. Me tuve que poner saco y corbata para tomar una cerveza, pero valió la pena», recuerda.Esa familiaridad con la ciudad lo llevó a White Cube, donde poco tiempo después Damien Hirst expuso la obra «Por el amor de Dios», la calavera humana que cubrió con 8.500 diamantes y vale más de 100 millones de dólares.Luego fue al Tate Museum a ver el arte contemporáneo de Paul Klee, uno de sus artistas más admirados, de Miró, Modigliani o Picasso.Pero ni el White Cube ni el Tate pudieron deslumbrarlo tanto como la luz que invadió a Londres esa primavera. «La ciudad tomó un color especial. Uno está acostumbrado a verla entre la bruma y la lluvia, pero iluminada, sorprende; los perfiles de los edificios y palacios aparecen más definidos.»De la misma manera que el artista tiene sus ciudades preferidas, tiene su viaje inolvidable.«Fue en 1993 cuando conocí a Naná, mi mujer, y viajamos a Marrakech.» La Medina, la parte antigua de la ciudad, los atrapó a él por pintor y a ella por fotógrafa. Se perdieron en los laberintos que forman las estrechas calles de la Medina, entre negocios de especias, boticas, alfombras, aceites y esencias. Esquivaron los burros, mulas, motos y bicicletas que irrumpen por ese laberinto de calles. Al final de la tarde, se sentaron a tomar té de menta en la terraza de uno de los pintorescos bares. Desde allí contemplaron la plaza Jemaa El Fnaá.La plaza estaba habitada por encantadores de cobras, actores que relataban interminables historias con exagerados gestos, cantantes, malabaristas, vendedores ambulantes y odaliscas. Parecían los personajes de los cuentos de las mil y una noches, inspirados en esas tierras.Comieron a la noche en un restorán de la plaza el cordero especiado con almendras y lo acompañaron de cous cous, una especie de polenta.Después cruzaron a España. «Me encanta cómo preparan los españoles el pescado a la sal y me gusta acompañarlo con un buen vino blanco.»Años más tarde, vino el enamoramiento de Nueva York y su arquitectura. «Voy a comer la mejor carne Smith & Wolensky, a una cuadra del Waldorf Astoria, pero la ciudad me gusta porque me sorprende. Por ejemplo, en todos los hoteles y edificios hay enormes arreglos florales y en las veredas encontrás canteros sembrados de tulipanes que contrastan con los rascacielos y combinan con los colores de la ciudad.»
EL ARTE DE VIAJAR
En esta ciudad comenzó a cambiar su carrera en 2007. Las obras de la década del 60 de Polesello hoy tienen precios superiores a los cien mil dólares. El boom estalló después de un remate en Christie's en junio de 2007, donde se pagó por una pieza tallada de acrílico 84 mil dólares.«En 1961 mis obras valían 100 dólares de hoy. El más caro que vendí fue un cuadro de 2 metros por 2,50 en 750 dólares», recuerda.Hoy que sus obras de los 60 alcanzan cifras de cientos de miles de dólares y contagian de su valor a los cuadros y esculturas de los 70, 80 y 90, siente que se está desprendiendo una parte de su vida.«Cuando me paro en una exposición frente a un cuadro mío pintado hace treinta años, soy yo contemplando mi pasado, es una sensación linda y extraña», cuenta.Por eso, «cuando vendo mi obra de los 60 se me va una parte de la pasión que va a parar a otros lugares. Es bueno que se expongan en sitios públicos, pero no puedo evitar el desprendimiento, por eso siempre conservo una cantidad de obras».Pero para llegar a vivir de la pintura tuvo que pasar la primera parte de los 60, trabajando como diseñador en una agencia de publicidad. «En 1961 me compraron algunas obras y seguí trabajando como un iluminado, pero en verdad empecé a vivir de la pintura en 1965, cuando me dieron el premio Esso. Nunca imaginé que lo que hacía en esos años iba a cotizar tan alto.»Ese abrazo que Polesello mantiene con el pasado se resume en una frase que siempre cita: «El mundo era tan reciente».Para el futuro hay asignaturas pendientes: «Me gustaría hacer alguna escenografía, armar una instalación con mis piezas de acrílico».Para Polesello, no hay diferencia entre un viaje de trabajo o de placer. Es uno de los beneficios que tienen los elegidos por el arte.

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